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          jueves, agosto 28, 2003
 
Verano sin fin
Que será de mí este invierno si ahora, en pleno agosto, con el buen tiempo, la playa, los escotes, las terrazas y, en fin, el ocio, me arrastro, me deprimo como sólo yo sé hacerlo, como un perro? Es que no puedo ya vivir sino es bajo una disciplina, sometido a un horario, sin respiro? Ya no me soporto más? Es eso? Ya no se me puede dejar solo? Ya nunca sentiré las vacaciones, la pachorra, el perder el tiempo sin que me ataque constantemente la conciencia, sin que un telón negro lo envuelva todo, el hoy, el pasado, el porvenir sobre todo?

Dios, dame otra oportunidad. Dame un respiro. Dame la posibilidad de contemplar este tiempo como un mal sueño. Dame los resortes que me permitan remontar mi estupidez.


   

 
El ventrilocuo de sí mismo
Don DeLillo, algo parecido a un genio. Con todo lo que ello conlleva. Tiene esa porción de inaccesibilidad de todo lo de culto. Tiene ese rollo ultrainteligente, ese touch malsano que te mantiene distante, que no te deja del todo entrar, que no te concierne.
Body Art, el libro raro, el que a nadie gusta. Una anomalía en su trayectoria, una pequeña pesadilla del autor de tótems de 800 páginas, de esos que a toda editorial dignifican. No como esta extrañísima mini ¿novela?, este levantar acta de un tiempo vivido, imaginado, registrado, actuado al mismo tiempo.

El marido de Lauren se suicida repentinamente, ella se recluye en la que fue su casa de campo. Allí, intenta entender el porqué de la situación, intenta escuchar, revivir. Se desdobla, construye personajes, imita voces y sonidos, edifica una performance donde ella es todos: el marido, la esposa, el tiempo, el espectador.
Acabas el libro, te analizas. No hay certezas, no sabes opinar. Has recorrido las páginas esperando ese anzuelo, ese metalenguaje donde introducirte, donde habitar, compulsivamente. Te deja con las ganas, te lo niega, te enseña la puntita, pero nada más. Y qué estilo, qué lenguaje. Vaya dejadez. Está escrito en algo así como un letargo, como en un tiempo suspendido, un bucle. Sólo alguien que conoce el estilo, el tono, sabe como dejarlo de lado, abandonarlo. Todo transcurre tan lento como en una webcam enfocando una carretera nocturna, sin tráfico, a oscuras. Con un reloj digital en una esquina como única prueba de que ahí hay tiempo –rozando el grado cero.



   

 
Perdido en el siglo (buscando un ideal)
Radio Bemba Sound System. En el Parque de Castrelos de Vigo. Manu Chao, pero también Fermín Muguruza (un 10) y un grupo de aúpa. Y un dj, dos tíos jugando al fútbol, un negro bailando semidesnudo, chicas que suben al escenario y se enrollan en pancartas de Nunca Máis. Reivindicación, pero sobre todo fiesta. Celebremos, pues, un mundo muerto.

Manu Chao. Mucho, mucho más que música. Mesiánico, hortera, demagógo. Pero me lo creo. Nadie está a salvo de contradicciones, su personaje las tiene ?y muchas. Pero a nadie se le puede exigir honestidad total. Hoy basta con serlo sólo un poquito; ya es una heroicidad. Nadie logrará ser completamente contracultural, nadie antisistema, independiente. Equivaldría a no comunicarse, a vegetar, a aislarse. Pero el empeño me basta. El tocar un poco los cojones también.

En crítica no es bien visto lo unidireccional, lo franco, lo directo. Se valora mejor lo referente, lo elíptico, lo distante. Pero Manu pertenece a ese tipo de artistas que torpedean barreras, arruinan etiquetas, atraviesan prejuicios. Se dice: antes si era auténtico, en Mano Negra. Pero yo creo que su evolución es la lógica. Se dice: fomenta el papanatismo. Se dice: elimina tantos obstáculos, es tan comercial que lo escucha todo el mundo, sobre todo la gente contra la que él se opone. Pero uno no es responsable de su audiencia ni del seguidismo estúpido, y su música no es jerárquica, no es elitista sino transversal. El hecho de que sus canciones suenen en los 40, y en los cd-car de coches de lujo no es sino la constatación del sistema de valores que él denuncia, basado en el vaciado de contenidos. En ningún caso equivale a su derrota. Es fácil trasvestirse por unas horas de alternativo. Pero él, aunque lo parezca, no va disfrazado.





          sábado, agosto 09, 2003

 
Crecer
Bueno, ya ha pasado un año. Os doy las gracias a todos y os invito a seguir pasando por aquí a visitarme, traerme flores o libros o bombones o conversaciones que me hagan más llevadera la convalecencia. Y abrir las ventanas y que corra el aire. Estoy muy orgulloso de lo que se ha generado algunos días en esta habitación.

Cómo veis, he cambiado un poco esto. En la nueva cabecera encontraréis algunas secciones, como el archivo, y una selección de los mejores comments (troceados, perdonarme), y también las impresiones de algunos de vosotros sobre el blog.

No me faltéis. Que el tiempo pasa muy despacio.





          sábado, agosto 02, 2003

 
Algo me grita en mi interior
Vivir la vida como si importara lo que hacemos, en la medida en que hacer menos lo pone todo en peligro.

Esta maravilla cierra el epílogo de Vía revolucionaria, de Richard Yates. La escribe Richard Ford, con motivo de la reedición de este clásico oculto de 1961. No se lo recomiendo a nadie que no sea mínimamente estable, que no tenga un buen concepto de sí mismo, que no sepa separar el arte de la existencia, que busque en los libros modelos de conducta. Nadie se sentirá mejor persona al acabarlo. Es un libro para los que les gusta que les jodan, que les hagan daño, que les echen sal en la herida. Que les diseccionen con un bisturí, que les miren con rayos x, que tracen su autopsia. Es un manual de autoayuda para masoquistas.
La crónica de un matrimonio joven de finales de los cincuenta en América suena tan actual hoy que da miedo. La angustia, la ansiedad, los sueños frustrados, el querer ser de otra manera, estar en otra parte, la alienación laboral, el estrangulamiento del deseo, la prisión del confort. En las solapas interiores, el autor dice que el título hace referencia a que la vía revolucionaria que se inauguró en 1776 llegó a su fin en los años cincuenta. A nosotros, desde nuestra recóndita franquicia del imperio, solo nos queda la mediocridad de saber que hasta nuestro mísero sistema, nuestro perverso orden de cosas de hoy fue macerado hace cinco décadas en América, que somos sólo una onda concéntrica, ya quizás anacrónica, del desastre.


   

 
Amor
Casi siempre que vamos a Santiago es por el arte. Inauguraciones, encuentros con amigos, entrevistas. A la ida siempre escuchamos un cd, es más o menos el tiempo que se tarda (una unidad, como diría el protagonista de About a boy). Pero a la vuelta, casi siempre al atardecer, o ya de noche, solemos hablar. Solemos conversar sobre lo que hemos hecho, lo que nos han dicho, lo que sentimos, cómo lo pasamos. Analizando el día se nos hace la vuelta muy corta. Creo que por cosas así se está con una persona y no con otra.


   

 
Exilio
Este jueves el motivo fue preparar la exposición de c de septiembre. Al acabar, tomamos algo con la comisaria. La charla fue rigurosamente endogámica, lo cual es sinónimo de descripción de miserias, despellejamientos, pesimismo, inseguridad, simbólico abrazo que significa: aguantemos. El mundo del arte es tan reducido que el símil con un gueto es literal. Ella nos contó cómo llegó a una entrevista de trabajo y se conocían todos, habían estudiado juntos. Agradecí interiormente mi falta de raíces, mi nomadismo. La melancolía, la extrañeza, a veces me hace el día a día muy difícil, pero el hastío de ver las mismas caras, y la ira de comprobar cómo los más mediocres, los más ruines de la clase acaban ocupando los mejores puestos, cómo las facultades y las galerías y los premios están vedadas a la inquietud y la honestidad es inaguantable. Es un privilegio entrar en una reunión de trabajo y no conocer los árboles genealógicos. Y ser un perfecto don nadie. Se siente uno raramente seguro, inatacable.