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Prestige: exigimos responsabilidades



          martes, mayo 27, 2003
 
Lo excitante
Comprar. Paradójicamente, una de las parcelas en las que –aún- desarrollar la individualidad, en las que, de alguna manera equívoca y retorcida, sentirse un poquito libres.
Es bonito prepararse un sábado por la mañana para ir al centro, pasear, probarse cosas que te hacen falta o no, evitar todos los espejos posibles. Pasear un rato, mirar y ser visto, tomar el vermut leyendo el periódico, sentirse parte de un mundo juvenil brillante y efímero como un meteoro. La vida pop –from my sad soul.

La incertidumbre hace que repienses menos las cosas, te hace raramente espontáneo, audaz. Olvidar las precauciones, redefinir el dinero, vivir el momento, ser menos agorero… son de algún consuelo.

(Yo La Tengo, Matt Elliott, Arab Strap, Antipop Consortium, Windsor for the Derby, Mika Vaiinio en la bolsa. L pinchando a las cuatro de la tarde y sin comer, en un Sinsalaudio en horario cerrado, mientras el resto charla y hojea el Suite, el Ab o el H, y yo, a pesar de Four Tet, no le hago mucho caso –perdón- en sus recomendaciones. Pero es que me tengo que sentir yo.)


   

 
Lo posmoderno
Nueve personas se reúnen un sábado por la noche. Son universitarios, sobrepasan la treintena, una vida acomodada. Hay periodistas, músicos, físicos, abogados, artistas. Han decidido juntarse en una casa para ver el festival de Eurovisión, para ver como queda España. Toman primero cervezas, cocacolas, pistachos, papas y aceitunas, más tarde cafés, pastas y cakes. Hacen zapping entre el festival, un partido de fútbol y un programa rosa. Siguen las votaciones: unos apoyan a Beth, otros a las fashionables rusas, los más descreídos al freak austríaco. Todos escenifican un poco, sobreactúan, nadie quiere parecer carca. Acaba el festival, quitan el volumen, hablan. La conversación incide en el propio evento, en el papel de nuestra representante, en si cantó bien, si iba guapa; luego en algún personaje del corazón, y en otro y en otro: todos los conocen al dedillo. Hay un momento de tensión, una encendida discusión sobre un acto masturbatorio en televisión. Más tarde charlan sobre las elecciones del día siguiente, sobre partidos de derecha, de izquierda y nacionalistas, política municipal –hay personas de varias ciudades: se establecen comparativas-, inversiones institucionales en urbanismo y dotaciones culturales, boutades arquitectónicas, museos y salas de arte sin rumbo, vacíos. Sobre lo asumido y lo alternativo, sobre lo crítico y lo dócil, sobre lo espectacular. Sobre la clase de gente que ocupa los lugares de decisión.

Todo esto se entremezcla de una manera natural, no excluyente.

Todos ellos se declaran progresistas, y seguramente lo son.


   

 
Lo terminal
Hay algo definitivamente podrido en un sistema que premia a los culpables. Que deja sin castigo la manipulación, el crimen, la opresión. Ya no hay retroceso. La democracia, el capitalismo, el liberalismo, nuestro mundo actual, gira sobre un eje carcomido, corroído hasta el tuétano por bacterias inmunes a la medicina, a la ciencia moderna. Ya no queda ni el muñón. El hedor ya es insoportable.

Hay algo definitivamente cautivo, reo en el alma del ciudadano de hoy. Hay algo definitivamente deprimente en su nula capacidad de reacción, en su miedo, en su falta de valor, en su servilismo.

Hay algo definitivamente ausente, dormido, en letargo, narcotizado, en la conciencia. Si alguna vez tuvo el poder del levantamiento y la diferencia, hoy está secuestrado.

Hoy ya sólo es posible la fe en, de una manera definitivamente visionaria, el futuro. Pero en uno en el que ya no estemos, definitivamente, nosotros.




          martes, mayo 20, 2003

 
Formalismo
Estuvimos en el MARCO viendo una de las sesiones de resfest. Se trata de una selección de carácter anual de trabajos visuales –vídeoarte, vídeo clips, documentales.
Acudimos con el reclamo, sobre todo, de ver los clips musicales de Chris Cunningham, el hombre de más influencia en ese campo en los últimos años. Madonna, Squarephuser, Portishead, Leftfield, Aphex Twin y, por supuesto, la presencia inexcusable en todo lo tendencioso, Björk –coincido plenamente con Nacho Canut: insoportable a los pocos instantes- han pasado por sus manos. Y bueno, que decir, el viejo problema de las expectativas. Pocas cosas aguantan tanta unanimidad, tal catarata de calificativos, tal riada de alabanzas. Cunningham tampoco. Además, el verlos todos seguidos, y diseccionados por su autor, agranda los boquetes conceptuales hasta convertir sus clips en un colador donde lo único que queda verdaderamente en pie, inapelable, es la factura técnica –casi futurista, casi no de este mundo: no los harán robóticamente?-. Y quizás un sentido gamberro bastante saludable en, sobre todo, los videos de un Aphex Twin descojonándose del estatuto música, del estatuto electrónica, del papanatismo alrededor de su figura, de la crítica genuflexa. Como diciéndonos: esto que os gusta tanto, que da para tanto análisis, me lo hago con la polla, en una tarde me hago un cd.
Cuatro horas más tarde salimos de la cueva, saludamos a gente que nos quiere y queremos, a otra que no tanto y nos fuimos, con la noche húmeda cayendo sobre nosotros, con ese dolor de cabeza de cuando estás embotado, de cuando no sabes digerir tanta información. Ya en el coche coincidimos en lo que más nos había llegado: dos cositas de la sección road movies y otras dos de los documentales. Que poco fashion somos.



   

 
Preciosismo
Esa misma noche acudimos al concierto de L’Altra, uno de los grupos, en la esfera indie, del momento. Toda la velada transcurrió entre dejà-vus y rentrées. Para entretener la espera willy y yo tomamos una cerveza, y en la conversación cruzaron, fugaces, recuerdos de otro tiempo. De cuando llegué aquí, y le conocí a él y a todos, y me empapé, a lo bruto, en mi huida hacia delante, de sus vidas, y de esta ciudad. Hace ya siete años, pero tiene el calado de toda una vida.
Hablamos willy y yo de lo que suele hablar la gente como nosotros, treinteañeros aún a la espera de nosesabequé, aún inquietos. Me comentó una costumbre suya acerca de su pasado y sus compañeros de carrera. Sus fantasmas, supongo. Me pareció bonita y triste, peligrosa. Charlamos, en fin, sintiéndonos algo más cerca de lo habitual, intentando practicar una grieta más en el bloque de hielo.
Entramos, ya junto a Ab, vimos a los teloneros, ví a una persona que conocí un solo día y sobre la que pensé mucho tiempo, me tomé dos whiskys con limón, dijimos las paridas de rigor, nos sentimos algo fuera de sitio. Hacía demasiado tiempo.
Salió L’Altra y me dejé llevar por la grata sensación, incorpórea, de su música. Algo así como el lapso entre los Codeine menos inertes y los pasajes más tristones de La Buena Vida. Nada nuevo, pero todo en su sitio. Muy muy bonito. Como las amapolas de su portada: bañadas por el atardecer, con esos circulitos que hace la luz del sol en los objetivos fotográficos. Lo natural, pero elaborado, pulido, sofisticado. Destilado. Fue un placer.
Volví a casa cansado, conduciendo los pensamientos hacia la cama, ya cercana. Sintiendo que el papel de la música, de alguna manera imperceptible, ha mutado de posición en mi vida.









          viernes, mayo 16, 2003

 
El factor argentino I
Esta semana santa volví al fútbol, a Mestalla, a mi adorado Valencia. Andando con mi hermano recordé otros domingos, los de la infancia; a los cuatro hombres de la familia –mi abuelo, mi padre y nosotros-, caminando juntos hacia el campo, mezclándonos con el ambiente, sintiéndonos parte de algo. También el bullicio y la alegría, lo irracional, las emociones simples.
Ser de un equipo es algo visceral, cosanguíneo. Tiene que ver con pertenecer a un sitio, con la memoria, no con el brillo o los triunfos. De hecho, no hay nada que más una que la agonía, la zozobra. Un amor así está hecho a prueba de bomba. Lo otro exige menos: es como enamorarse de la guapa. O tener siempre dinero en el bolsillo. Se vive mejor, pero eso hay a quienes no les vale. El Valencia está bañado en la épica perenne del sufrimiento, esa de los triunfos esporádicos, de las grandes travesías en el desierto, de las injusticias, de ser un segundo plato, del olvido centralista.
Mucha de esa trascendentalidad, de ese discurso es de origen argentino. De esa trastienda pseudofilosófica, psicológica, sociológica, política del fútbol. De todo lo que le hace mítico, lo que agranda su figura más allá del deporte. De lo que atrapa.
Se juega como se es, es cierto, y a ellos más que a nadie les corresponde el misterio del juego. Frente a la colosal técnica –más debida a cuestiones físicas, étnicas- de Brasil, o el tacticismo y el predominio físico de otras escuelas ellos tienen el sentido, la sabiduría. El oficio. Nuestra liga ha estado y está plagada de jugadores argentinos. Ha habido grandes estrellas pero cualquiera de ellos, astros o modestos, parece conocer los secretos de la competición al dedillo. Ahora hay que meter el cuerpo, ahora hay que parar el partido, ahora hay que empujar un poquito, ahora hay que regatear y tirar a puerta. Hemos aprendido tanto de ellos, de su juego, de su carácter, de su manera de hablar, de sus declaraciones.

Fue liberador olvidarse un rato de uno mismo para sumarse a la grada y hacer comentarios jocosos y pedir penaltis inexistentes y reclamar tarjetas y protestar airadamente y comerse el blanc i negre en el descanso y cantar como una sola voz, con la carne de gallina y un brillo irreprimible en los ojos: vamos Pablito Aimar / que la gloria volverá / como Kempes y el Piojo / otro pibe inmortal.


   

 
El factor argentino II
Esta semana santa compré al fin Honestidad brutal, de Andrés Calamaro. Estaba muy barato, me puse como coartada (por si me preguntaban). Para la gente como yo –gracias Nick Hornby por darnos sentido- las decisiones acerca de nuestra discoteca son largamente meditadas, no se puede fallar. No se trata de dinero sino de no poseer más objetos de los necesarios. Claro está que necesario puede ser todo, o nada, depende de cada uno. Me refiero a esa necesidad que tiene lo que te llega, lo que importa, lo que se hace experiencia. Aquello que puedes sitúar en una fecha y un lugar, que alude a un determinado periodo, que te concierne, te representa. Un mal disco duele mucho.
Solemos comprar varios a la vez, intentando el equilibrio entre ellos, haciendo contrapesos por estilos, o por grados de dificultad y/o comercialidad. Solemos examinarnos continuamente a la luz de nuestras adquisiciones, solemos vetar a unos, premiar a otros, establecer fidelidades y rencores, odios, manías y pasiones –algo coyunturales. Bueno, sí, parece intrascendente, pero ese es nuestro submundo. Siempre ha sido así.

Calamaro –por muy disco del año que fuera, por muy redescubierto por la crítica- es de esos gustos que avergüenza admitir, carne de diario por ello. Creo que este blog me dio el empujoncito definitivo. Le estoy cogiendo gustillo a estas –mínimas, algo ridículas, banales- salidas de armario, a este admitir la paradoja, cierto grado de contrasentido, la oscilación del gusto. De hecho, ese fue el impulso inicial de esta bitácora, hoy convertida en un jardín con tantos senderos bifurcados como avatares ha tenido este tiempo extraviado.
Lo cierto es que a él se le perdona todo. Tópicos rockistas, letras llenas de lugares comunes, ripios. Hay algo en su figura que lleva a la indulgencia porque lo cierto es que es un tanto irregular, con muchos momentos prescindibles. Es un tipo con aura. Me gusta el nombre, la pinta, la voz –acojonante-, la dicción. Realmente sólo me chifla su vena más, digamos, de rock confesional, el resto de estilos –practicamente todos, excepto la electrónica- con los que suele adornar sus discos me parecen divertimentos, algo fútiles, ejercicios de estilo. Pero Calamaro es mucho más que un buen amanuense. Yo me dejo embriagar por esa línea dylan que pilló en el final de Los Rodríguez, con maravillas como Mi enfermedad, gemas arrebatadas, tocadas por el don de la melodía, bañadas en melancolía y alcohol.

Del disco qué decir. Que 37 canciones son muchas, pero en este caso no demasiadas. Que comienza pensando en grabarte un cd sencillo con sólo las mejores pero que en cada escucha vas ganando una más hasta comprender de alguna manera este mosaico excesivo e incontinente, instantánea de un momento irrepetible, un monumento al romanticismo y la vida arrebatada, plena de dependencias y adicciones, desengaños y rupturas, idealismo y fragilidad. De la vida yonqui.

Si tuviera que elegir un momento me quedaría con esa oda de más de siete minutos que es No tan Buenos Aires. Es de esas canciones bucle que podrían no morir nunca, eternizarse. Tiene la estructura circular de lo obsesivo, de lo importante. Transcurre en los momentos previos a la vuelta a casa de Andrés “dos veces al año”, de hecho parece haber sido compuesta durante el largo vuelo, o sofocando la espera de algún enlace, con la vigilia del jet lag. Uno le puede imaginar sobrevolando en círculos la ciudad de la lágrima, sobre el obelisco, o divisando ya su barrio, asombrándose de los cambios, también de la miseria.

Pero resulta cada vez más extravagante ser oyente de este tipo de discos, ser testigo y espectador de un tipo de vida tan ajeno, a cada paso más lejano. Es sólo que nuestra existencia, burguesa, acomodada, abstemia y sedada, fiel e irreal necesita visualizar, de vez en cuando, como para calmar la ansiedad, la otra vida, la de la calle, la noche, el amor loco, el dejarse llevar, la promiscuidad. Y también un Buenos Aires virtual, una proyección, un paraíso perdido aunque sólo sirva para recordar todo lo no hicimos. Aunque sea una postal.









          viernes, mayo 09, 2003

 
El político y el hijo
Imagino que algunos conoceréis esta carta. Es del 27 de marzo pasado, ya tiene algún tiempo. Pensé que hoy, en pleno proceso electoral, merecía la pena recuperarla.


"Carta de Michael Moore al presidente norteamericano George Bush
George W. Bush, 1600 Pennsylvania Ave. ,Washington, DC
Estimado gobernador Bush: Así que llegó lo que usted llama "el momento de la verdad", el día en el que "Francia y el resto del mundo tendrán que poner sus cartas sobre la mesa". Me alegra saber que finalmente llegó el día, porque, debo decirle, habiendo sobrevivido 440 días de mentiras y maquinaciones suyas, no estaba seguro de aguantar más. Así que me alegra saber que hoy es el Día de la Verdad, porque tengo algunas pocas verdades que compartir con usted:

1. Virtualmente no hay nadie en Estados Unidos (con excepción de chiflados de la radio hablada y de Fox News) que se sienta exaltado por la idea de ir a la guerra. Créame. Salga de la Casa Blanca, tome cualquier calle y trate de encontrar cinco personas apasionadas por el deseo de matar iraquíes. ¡No las encontrará! ¿Por qué? ¡Porque ningún iraquí ha venido a matar a alguno de nosotros! Ningún iraquí ha amenazado con hacerlo. Ya ve, es como pensamos los estadunidenses típicos: si no percibimos que un tipo sea una amenaza para nuestras vidas, entonces, créalo o no, ¡no deseamos matarlo! ¡Qué raro!, ¿no?

2. La mayoría de los estadunidenses -los que nunca lo eligieron a usted- no es engañada por sus armas de distracción masiva. Sabemos cuáles son los temas reales que afectan nuestras vidas de todos los días -y ninguno comienza con I o termina con K. Vea qué nos amenaza: dos y medio millones de puestos de trabajo perdidos desde que usted subió al poder; el mercado bursátil, que se ha convertido en un chiste cruel; nadie sabe si sus fondos de pensión van a existir, la gasolina ahora cuesta dos dólares el galón -la lista sigue y sigue. El bombardeo de Irak no llevará a que algo de esto desaparezca. Sólo si usted desaparece mejorarán las cosas.

3. Como dijo Bill Maher la semana pasada: ¿cuánto daño tiene que hacer para perder una competencia de popularidad con Saddam Hussein? El mundo entero está en su contra, míster Bush. Cuente a sus compatriotas entre ellos.

4. El Papa dijo que esta guerra es errónea, que es pecado. ¡El Papa! Pero, lo que es peor, ¡las Dixie Chicks también se han pronunciado en su contra! ¿Adónde tendrán que llegar las cosas antes de que se dé cuenta de que usted forma un ejército de uno en esta guerra? Desde luego, es una guerra que no tendrá que librar personalmente. Igual que cuando desertó mientras los pobres eran embarcados a Vietnam en su lugar.

5. ¡De los 535 miembros del Congreso, sólo uno (el senador Johnson de Dakota del Sur) tiene un hijo o hija en las fuerzas armadas! Si usted verdaderamente quiere dar la cara por Estados Unidos, por favor envíe de inmediato a sus gemelas a Kuwait y deje que se pongan sus trajes para la guerra química. Y que cada miembro del Congreso con un hijo en edad militar también lo sacrifique para el esfuerzo de guerra. ¿Qué le parece? ¿No piensa igual? Bueno, ¿sabe qué?, ¡nosotros tampoco lo pensamos!

6. Para terminar, amamos a Francia. Sí, los franceses han armado algunos líos tremendos. Sí, algunos pueden ser bastante molestos, pero, ¿ha olvidado que no tendríamos este país conocido como América si no fuera por los franceses? ¿Que fue su ayuda en la guerra de la independencia la que nos permitió vencer? ¿Que fue Francia la que nos dio nuestra Estatua de la Libertad, un francés el que construyó el Chevrolet y un par de hermanos franceses los que inventaron las películas? Y ahora están haciendo lo que sólo un buen amigo puede hacer: decirle la verdad sobre usted abiertamente, sin sandeces. Déjese de mear sobre los franceses y agradézcales que por una vez tengan razón. ¿Sabe?, usted debería haber viajado más (digamos una vez) antes de asumir el cargo. Su ignorancia del mundo no sólo lo ha llevado a parecer estúpido, sino que lo ha colocado en un rincón del que no puede salir.

Pero, anímese, hay buenas noticias. Si hace esta guerra es más que probable que termine pronto, porque me imagino que no hay muchos iraquíes dispuestos a sacrificar sus vidas para proteger a Hussein. Después de que usted "gane" esta guerra, gozará de un tremendo auge en las encuestas de popularidad porque a todos les gusta el vencedor -¿y a quién no le gusta ver una buena sentada de culo de vez en cuando? (¡especialmente si es un culo del tercer mundo!)

¡E igual que con Afganistán, nos olvidaremos de lo que le pase al país después de que lo bombardeemos porque es demasiado complicado! Así que haga lo que pueda por estirar esta victoria hasta la elección del próximo año. Por cierto, ¡falta bastante!, así que a todos nos presentarán un buen Hardy-har-har mientras vemos la economía bajando por el inodoro. Pero, bueno, quién sabe -¡tal vez usted encuentre a Osama días antes de la elección! Vea, ¡piense en eso! ¡No pierda la esperanza! ¡Mate iraquíes, tienen nuestro petróleo!

Michael Moore, autor de Bowling for Columbine, último y flamante Oscar al mejor documental.



   

 
De la adhesión
Me ha llegado el folleto de la exposición “Botella ao mar”. Se trata de una iniciativa en la que artistas y escritores donan sus obras allí expuestas –en el Auditorio de Santiago- a la plataforma Nunca Máis. Lo miro y pienso que la verdadera obra es esa lista/mosaico de nombres –más de 300. El who’s who. Sin duda, están todos los que son. Lo de que todos ellos lo sean –solidarios, comprometidos, activistas- es, también sin duda, una buena broma. Pero bueno, salvando los casos personales que conocemos -y los que no hace ni falta conocer- el ánimo se hiela ante este tipo de cosas. Desprenden un nosequé que hace surgir ciertas preguntas (im)pertinentes: Hay algo más sólido detrás de esto aparte de la operación de propaganda? Tiene verdadera utilidad más allá de su impacto mediático? Es este el tipo de contribución que debe proporcionar el arte? Qué se supone que va a hacer la plataforma con las obras? Una subasta, inaugurar una colección? Qué tipo de personas van a comprar esas obras? A que capítulo obedece esa inversión? Caridad, lavado de imagen, especulación? De qué dinero estamos hablando? Qué tipo de obra cede el artista? Elegirán algo de su línea más combativa? La tienen?

No sé, es todo tan confuso que uno no deja de pensar que interesa que así sea. Los beneficios que obtienen los artistas están muy claros, pero no alcanzo a ver la recompensa –tangible, no espectacular- de Nunca Máis. Sólo sé que existen otro tipo de colaboraciones que me resultan menos ambiguas.



   

 
La opinión
La semana pasada en Santiago, a la salida de una inauguración, una recién conocida me dice: te ha gustado?
El instante que tardé en contestar tuvo un desarrollo semejante a: quién me lo pregunta? qué perfil tiene, es decir, desde dónde me pregunta? qué debo decir? tendrá relación con el artista? me puede perjudicar lo que diga? puedo decir lo que pienso? he de ser prudente? por qué me lo pregunta, sólo hay curiosidad? conoce los códigos de conducta de este tipo de eventos? sabe que no se suele inquirir ciertas cosas? es una iconoclasta?
Respondí un “sí” arrastrado, como estirando las eses, que intenté sonara a afirmación, duda, desinterés, pose, interpelación -y a ti?-, elegancia y diplomacia. En fin, a algo que no me comprometiera demasiado.

Qué difíciles son las relaciones adultas. La inocencia, sepultada por millones de estratos, ya no es capaz de interpretar de una manera simple. Vivimos en un sistema que nos orienta hacia la falta de iniciativa personal, de opinión. Queda algo en nosotros de aquellos charlatanes hipersensibles que se pensaban con algo que aportar, que decir?
Y si esa chica se dirigía, de verdad, a nosotros?



   

 
Todo está en los libros
Después de un peregrinaje de casi diez años, he llegado donde quería.
Tras centenares de miles de escaneos y retoques de imagen, miles de fotolitos cortados y casados, centenares de folletos, muchas decenas de identidades corporativas, decenas de polípticos y catálogos de empresa, varios catálogos y desarrollo de exposiciones, por fin, parece que empiezo a centrarme en diseño editorial. Revistas, catálogos de arte y, sobre todo, libros.
Haciéndolos me siento –razonablemente- bien. Es el tipo de diseño que prefiero: el que casi no lo es, pero por eso mismo lo es más que ninguno. El que rehuye efectismos, el que se apoya en gestos mínimos, microscópicos, sutiles. Elegir una tipografía (casi convencional), un interlineado, unas masas y unos blancos, unas densidades y unos descansos, unos anchos y altos, unos lomos. Ceñirse a lo que te da un programa muy limitado –el quark- beneficiándose de sus restricciones, acuñar un libro de estilo corto y mutable, pero riguroso. En fin, el que –casi- persigue el anonimato, la fluidez y la experiencia de verse transportado, sin reparar siquiera en cómo están hechas las cosas, de tan inmateriales.

Cuando consiga todo eso, quizás pueda pasar a otra cosa. Pero, para que engañarnos, eso no va a ocurrir.


   

 
Cien años robados (knocking on heaven’s doors)
La campaña del centenario del diario ABC es, sencillamente, insultante. Todos los muertos esos mismos años, en nuestro país o en otros merced a guerras injustas, regímenes opresores, asesinatos políticos o civiles, todas las vidas lastradas, todas las ilusiones robadas por el simple pecado de la diferencia, de la discordancia, de la disidencia; de la alteridad en costumbres sociales o sexuales, de la carencia económica. Toda la sociedad que no se ha visto directamente beneficiada por un sistema de valores basado en la violencia, la injusticia y la desigualdad, por un estilo de vida reaccionario promovido desde las páginas de este periódico debería despertar de una vez, levantarse y arrasar sus sedes, sabotear sus rotativas, quemar su archivo, hacer desaparecer todos los ejemplares.

Sólo falta que encima nos roben nuestra únicas conquistas, aquellas por las que luchamos o simplemente soñamos, o nos sirven de horizonte moral. Las palabras libertad, igualdad, compromiso, futuro son nuestras, y ni siquiera vuestro rastrero y perverso apropiacionismo podrá contaminarlas. Hijos de puta.





          sábado, mayo 03, 2003

 
La poética
Nunca me ha gustado recomendar… cosas tristes. Sé bien que hay infecciones que son, desde el primer momento, crónicas. Pero también sé que en esas ocasiones necesitamos, de alguna manera irreal, alguien enfrente. Dekeynn.




          viernes, mayo 02, 2003

 
Un buen día
Me he levantado casi a las nueve y no me he podido quedar mucho en la cama. Nuestro relojito particular no nos ha dejado dormir más. He desayunado café con leche y roscón y me he sentado al ordenador un rato. He acabado una imagen corporativa, he visitado mi blog y el de otros, me he duchado y vestido. Sobre la una hemos recogido a Ab, que estaba tan radiante como siempre, como un rayo de sol. Habíamos quedado con el resto ya allí, en el cruceiro de Hio, pasando Cangas. Llegamos bastante rápido, animados por el buen tiempo, el mar recortando la carretera y el delicioso cd de Antònia Font, un grupo que canta en mallorquín cosas como “ses coses no son fàcils per ningú, dins d’aquest iglú” y suenan como si existiera un eslabón perdido entre REM y Luis Llach. Al llegar, ya estaban allí el resto: M, A y An. Todos todos, de buen humor y talante, sin ese hastío que tienen los amigos cuando se ven demasiado. Sólo faltaba Willy, que se ha incorporado ya en el restaurante. Venía con la camiseta de ATTAC, de la manifestación. Con su característico tono de sorna, ya cansado de tanta movilización, algo de vuelta, mirándolo todo desde la distancia, desconfiado pero activo: admirable. Otros somos más fans de la revuelta, pero también más cómodos. Hemos comido muy bien: ensalada, pulpo a feira, empanada de centolla, alvariño de la casa, lubina al horno, tartas y cafés. Hemos hablado de lo que siempre hablamos, y también de las cosas que no haríamos por ética -al nombrar las mías he sentido miradas incrédulas: pues lo digo en serio. Hablamos los que siempre hablamos –de más- y salimos hinchados, a patear un poco y bajar la jalufa. Hemos ido a ver la playa de Viñó y Barra, las playas progres y/o cool de la zona. M ha desaparecido mientras Willy y yo mirábamos algo despavoridos desde una peña el mar desguazado, la arboleda azotada por el vendaval y los restos de un chiringuito que no ha aguantado este invierno. Ese lado de la naturaleza gallega que asusta, esa fuerza salvaje que tanto miedo me da. A la vuelta a los coches, M nos ha enseñado su trofeo: una piedrita de fuel; aún pegajosa y maloliente. La ha llevado consigo. Hemos salido hacia la bahía de Aldán, donde hemos visto una casa rural y dos o tres viviendas unifamiliares de Penela, tótem de la arquitectura local, todas fantásticas, todas con algo de cementerio, de tan hormigonosas y compactas, todas –quizás- demasiado impersonales. Allí hemos tomado unos cafeses y cocacolas mientras las barquitas se balanceaban, haciendo comentarios sarnosos sobre los videos que ponían en la MTV latina, sintiéndonos fuera de ese nuevo mundo de la música de consumo, algo mayores. A la vuelta ha estallado un chaparrón, hemos ido en caravana un trecho, hemos dejado en casa a Ab, y hemos llegado a casa algo plof, con el suave abandono del final del día y la conciencia limpia, sana de cuando uno se lleva bien con la gente.